Horacio Martínez Prieto (1902 - 1985)

Horacio Martínez Prieto (Vida y obra)

Horacio Martínez Prieto

Horacio Martínez Prieto (1902-1985). Nació 29 de diciembre de 1902 en Bilbao, País Vasco, (España) y murió el 26 de abril de 1985 en París, Isla de Francia, (Francia).

Fue un sindicalista español, de las tendencias llamadas posibilistas, en dos ocasiones Secretario General de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).1 Descrito por Gregorio Gallego en sus memorias como «anarquista de confianza, hábil y maniobrero», su eficiencia en el anarcosindicalismo, en especial en Euzkadi, (España) se mantuvo más cerca de lo utópico y las «finalidades sin fin» que del activismo sin límites.2

Hijo de una sardinera de Santurce, Baracaldo, Gran Bilbao, Vizcaya, País Vasco, (España)  y padre anarquista que le registró con el nombre de Acracio (que el registro civil bilbaíno del barrio de Ollerías transformó en Horacio).

Estudió en una escuela municipal donde su padre quiso contestar a navajazos una paliza del maestro. A pesar de ser buen estudiante no recibió beca alguna y tuvo que ponerse a trabajar. Siendo adolescente y en su condición social de maketo (castellanoparlante), descartó las ideologías predominantes (nacionalistas, socialistas o carlistas) y formó un grupo libertario, «Los sin patria».

Salvado del linchamiento por un grupo de nacionalistas vascos gracias a la intervención de una banda de requetés del barrio bilbaíno de Bolueta, Bilbao, Gran Bilbao, Vizcaya, País Vasco, (España), enemigos de aquellos, tomó el hábito de llevar pistola, circunstancia que, con apenas 18 años, le llevó a la cárcel bilbaína de Larrínaga, Bilbao, Vizcaya, País Vasco, (España) donde entró en contacto con un amplio espectro de camaradas de muy diverso calibre.

Un atentado en Altos Hornos de Vizcaya, País Vasco, (España) supuso para Horacio el comienzo de una larga serie de peripecias dramáticas [incluidas el ser conducido a pié, entre guardias civiles, desde Vizcaya, País Vasco, (España) a Sevilla, Andalucia, (España) y una falsa ejecución en Alicante, Comunidad Valenciana, (España)], que acabaron con su huída-exilio en Francia, dejando a su madre, ya viuda, en Bilbao, Vizcaya, País Vasco, (España). Tras el golpe del general Primo de Rivera en 1923, intervino en la fallida toma anarquista de Vera de Bidasoa, Pamplona, Navarra, (España), (1924), pero consiguió escapar de nuevo.

En 1931, al ser proclamada la Segunda República Española, se afilió a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) dejando de ser, según su propia definición, «anarquista puro»; un año después, junto con otros tres invitados, visitó la URSS; a su regreso se mostró inicialmente prudente en sus opiniones pero luego publicó un folleto crítico sobre el sistema soviético.

En 1934 ocupó el cargo de vicesecretario de la Central, y en 1935 sustituyó a Miguel Yoldi Beroiz en la secretaría general de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Iniciada la guerra civil, en agosto de 1936, dimitió en Valencia, Comunidad Valenciana, (España) tras ser acusado de haber abandonado su puesto de combate, amenazado de muerte y descontento regresó al frente de Madrid, Comunidad de Madrid, (España).3 No obstante, siguió en el Comité Nacional representando a la Región Norte y como miembro de la «Comisión Asesora Política» (CAP), formada por figuras relevantes de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Afiliado a la Federación Anarquista Ibérica (FAI), fue director general de comercio bajo el ministerio de Juan López Sánchez (noviembre de 1936-mayo de 1937) y subsecretario de salud bajo Segundo Blanco González (abril de 1938 a febrero de 1939). Escribió artículos en «Timón» durante la guerra civil e intercedió por un partido político afiliándose finalmente a la Federación Anarquista Ibérica (FAI).4

Perdida la guerra, ocupó el cargo fantasma de Ministro de Obras Públicas del Gobierno en el exilio presidido por José Giral (agosto de 1945 a enero de 1947); y en 1948 fue uno de los signatarios de un llamamiento Manifiesto de 23 de enero de 1948, a la creación de un Partido Libertario.

Muerto en su exilio en París, Isla de Francia, (Francia) el 26 de abril de 1985 dejó inéditos seis tomos de memorias y varios folletos sobre anarcosindicalismo, la Rusia soviética y el porvenir de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).5

Horacio Martínez Prieto murió el 26 de abril de 1985 en París, Isla de Francia, (Francia), fiel a un «exilio interior» provocado por el exilio sufrido por muchos españoles fieles a su ideario y al gobierno legítimo de la Segunda República.

Obras.

  • Anarcosindicalismo. Cómo hacemos la Revolución (1933)
  • Facetas de la URSS (Santander 1933)
  • Los Problemas de la Revolución Española (1933)
  • Anarquismo Relativo. Crítica de los Hechos y sugestión Revisionistas (México 1948)
  • El Anarquismo Español en la Lucha Política (1946)
  • Marxismo y Socialismo Libertario (1947)
  • Posibilismo Libertario, Choisy-le-Roi, Imp. des Gondoles, 1966. 181 p.6
  • Semblanza y Personalidad de Galo Díez (inédito)
  • Gobierno Vasco. Algunos Antecedentes para el Libro Blanco de Euskadi-Norte CNT (inédito)

Referencias.

  1. Estebaranz, Jtxo. Breve historia del anarquismo vasco. Desde sus orígenes hasta el siglo XXI, Ed. Txertoa, San Sebastián, 2011; ISBN 978-84-7148-485-7
  2. Talon, Vicente (2006). 1936-1939, luchamos por la República: de «Abad de Santillán» a «Alejandro Sánchez Cabezudo»: las caras ocultas de la Guerra Civil. Grafite. pp. 205-208. ISBN 84-96281-61-2.
  3. Referido por su hijo, el escritor César Martínez Lorenzo, según un relato de su madre, compañera de Martínez Prieto, secretaria del Comité Nacional como militante de «Mujeres Libres» (Los anarquistas españoles y el poder (1868-1969), Editorial Ruedo Ibérico, 1973); y en Vicente Talón, «Luchamos por la República», p. 209
  4. Entrada en la Auñamendi Eusko Entziklopedia de Ainhoa Arozamena Ayala Consultado en junio de 2014
  5. Artículo de César M. Lorenzo en memorialibertaria.org (abril 2010) Consultado en junio de 2014
  6. Referencia en WorldCat.org Consultado en junio de 2014

Enlaces externos.

A Pesar de no estar de acuerdo con Horacio Martínez Prieto por ser un hombre polémico a causa de su posivilismo y cincopuntismo creo que merece la pena que esté entre los militantes anarquistas ya que hubo momentos de su vida que si lo fue o actúo como ellos.

Carta inédita de Horacio Martínez Prieto a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)

Horacio Martínez Prieto, quien fuera secretario del Comité Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1936, murió en en París, Isla de Francia, (Francia) el 26 de abril de 1985. Por este motivo, ese mismo año, «Polémica» publicó un pequeño dossier sobre este controvertido personaje de la historia de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Joan Bernat, Lorenzo Iñigo, Manuel Chiapuso y José Peirats analizan en él, desde diferentes ópticas, su actuación y el momento que le tocó vivir. Hemos ido publicando en el Blog estos artículos, junto con esta carta fechada el 8 de septiembre de 1965 que se publicó en «Polémica» por primera vez y que el propio Horacio envió a Lorenzo íñigo, aunque va dirigida a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) del interior, en la que rechaza colaborar en el proceso cincopuntista que entonces se estaba desarrollando. 

Ivry sur Seine, Distrito de Créteil, Valle del Marne, Isla de Francia, (Francia), 8 de septiembre de 1965

Minucias aparte, he recibido cuatro cartas; una de ellas tuya, personal y directa. Y no niego que lo que concierne a tu salutación me satisface profundamente. Tengo que agregar que me cumple mucho la confianza que los amigos me expresan, a pesar de mi alejamiento provisional aunque un poco largo, de las viejas actividades. Y me apena tener que deciros que lamento no poder responder a vuestro deseo. Yo soy muy viejo y muy condicionado mentalmente, para poder saltar de una concepción a otra, o de una convicción a otra. Para mí, el sindicalismo tiene un valor secundario, sean cuales sean sus «trasfondos»; y tiene un valor principal lo político. He aquí lo fundamental de nuestro desacuerdo…

Yo no digo que, tal vez, no tengáis razón en lo que hacéis y me libraré bien de formular la más mínima censura, porque no me juzgo capaz de superar a quien algo hace cuando yo nada hago; pero como soy un divagador inveterado, ya que no mi concurso, daré mis apariencias de razones.

1.º Las decisiones asentadas sobre el miedo suelen ser producto de otros miedos o males mayores. Miedo al comunismo: lo ha infundido el poder. Y ni esto, ni sus justificadores teóricos han hecho nada para establecer la contralógica de las ideas y de los hechos que disminuyen el aspecto temible del comunismo. En este sentido yo, personalmente, me preocupé de luchar contra «el haber sido algo» escribiendo tres libros que se los come el polvo porque no tengo medios de publicarlos: «El mito anarquista», «El mito marxista» y «El mito materialista». La conclusión es socialista libertaria sin mitos…

Miedo a las oligarquías: porque ni el poder, ni la supuesta vanguardia socializante del poder, han sido competentes para demostrar que un fetichismo ideológico cualquiera es suficiente para rivalizar, impunemente, con las fuerzas ínsitas en el egoísmo amoral de los que ponen toda su energía inventiva y especulativa en la creación de intereses particulares. El Estado providente no ha ido más allá que la dinámica privada; y es más seguro que sus empresas pasarán dentro de breve tiempo o plazo a manos de oligarquías sin que el pueblo español se sienta necesitado de salir de su indiferencia; para ello tendrían que haber tratado de no sumirlo en su bien lograda ignorancia actual.

2.° En la lucha entre las oligarquías económicas y privadas y las demagógicas tomáis partido por estas últimas, que no son más que un engendro de las primeras, y que hoy agonizan defendiendo su ilusoria independencia y sus intereses bastardos. Dudo que prosperéis en la coalición; todo lo más que podréis hacer será, en minúscula proporción, repetir el hecho histórico de la Reforma religiosa: regenerar la decrepitud sin aportar nada nuevo ni mejor a la esencia ni a la existencia de la doctrina, ni a la condición social de los hombres. Para que hubiese ese cambio «transcendental» que estimáis indispensable, para que ni las oligarquías económicas ni la inquisición comunista desborden a lo existente, me parece que os paráis a más de medio camino; porque el intervencionismo en el aparato sindical, a base de variedad condicionada en la unidad, de libertad de tendencias, de control de empresas y departamentos de enseñanza, etc., no son más que pequeños remiendos, dentro de lo formal y oficial, que no resolverán nada que no sea prolongar un poco más el plazo de liquidación.

Con el régimen actual no avanzaréis socialmente ni una pulgada, y con la dominación oligárquico-financiera perderéis. Porque, si no continuáis sirviendo como fuerzas de domesticación de la masa, os empujarán a la resistencia y, entonces, todo este aparato sindical será disuelto pasando inmuebles y créditos al Estado. No avanzaréis actualmente porque los otros sectores oposicionistas no os imitarán, ni os aprobará la masa porque los sedicentes controles ya fueron un fracaso en otros países más avanzados y mejor preparados orgánicamente; y porque como para los otros sectores es más importante lo político que lo sindical, y usan de los dos medios para tomar y regir el Estado, se servirán de lo sindical para dominar al aparato laboral dentro, y para destruirlo si no lo pueden dominar. No veo bien cómo los viejos dueños del cotarro sindical, y vosotros con ellos, ahora, podréis aguantar contra católicos, socialistas y comunistas dentro del laberinto, y con las oligarquías y el apoliticismo fuera de él.

3 Para que pasare algo «transcendental» idóneo para frenar a las oligarquías del dinero y la natural progresión comunista, sería menester hacer una «españolada» dentro de la legalidad, si os place: estimulando el intervencionismo del Estado en la economía nacional, aunque griten oligarcas y «clerarcas»; ceder la administración total de las empresas nacionales a los sindicatos, distribuyendo normalmente los beneficios a los accionistas y destinando los del Estado a la inversión de obras sociales, económicas, culturales, sanitarias, etc.; el Estado ejercería un supercontrol de orientación, de asistencia técnica y de acción fiscal midiendo competencias y conductas; haciendo renditivas las empresas. El aspecto capital del problema lo presenta la necesidad de cambiar estructuras políticas: creando la Cámara Social o parlamento económico junto al parlamento político, separando bien las funciones y poderes de ambos, pero en lo que atañe al primero, hay que precisar que la base la constituirían el Estado, la Patronal y los Sindicatos, cámara que establecería el plan nacional y toda la legislación económica-social. La distribución de representaciones sería hecha proporcionalmente, siendo siempre el Estado el dirimente en las situaciones de completa discrepancia patronal y obrera. Sobre esto remito a mi Plan sobre «El Consejo Nacional de Economía» publicado en 1946, del que interesan el principio y su institucionalización según las circunstancias.

4 Hay un primer error de gestión; habéis ido donde no os llamaron y os reciben encantados de la oferta de servicios que hacéis; en realidad debieron pasar las cosas al contrario o al revés: haberse conducido de manera que se hubiese solicitado vuestro concurso. Además confesáis vuestra no muy absoluta confianza, pidiendo permiso para que os asesoren gentes exiliadas. Yo, como exiliado, no entro en España ni me quedo en ella por la gracia personal o extraoficial de nadie. Primero, amnistía general para todos los llamados delitos de la guerra civil (aunque yo no tengo ninguna prisa, a pesar de que vivo muy mal; y me importa poco morir en cualquier parte y de cualquier manera); mientras eso no se produzca, la guerra civil sigue. Sigue diciendo muy poco en favor de los que quieren que haya concordia y mereciendo muy poca confianza sus promesas mientras haya el fantasma de los Rodrigo Royo gobernando la paz. Abolición total de la censura y libertad de publicaciones.

CONDICIONES PARCIALES: No entro, lejos de mí el propósito en la crítica de vuestras concepciones ideológicas cristiano-anarco-sindicalistas y «unitarias». Hay muchas maneras de defender sus opiniones sin apelar a tópicos sentimentales o demagógicos que tienen un carácter oportunista, pero deformativo al exceso. Lo que cuadra bien con la ocupación y el criterio muy respetables de Lizcano y Rubio no encaja, por ninguna parte, entre nosotros. Pues ni los católicos serán convencidos ni ellos se dejarán llevar; doquiera y «por doquiera» que sea obedecerán a sus jerarcas o jerarquías confesionales, sin que cuenten las excepciones, que no irán más allá de lo que cuentan los dedos de una mano.

Es muy difícil improvisar, y muy peligroso tener intuiciones que no respondan prácticamente a los posibles de lo inteligente y de lo intelectual; por suerte, o por desgracia, no es el subjetivismo el que determina los rumbos y los dados de la historia. Me acuerdo muy bien de la época «luquista» y del hombre que pensaba llevar al Parlamento monárquico doscientos diputados confederales; «y con los proyectos que yo presente y la magnífica predisposición del futuro rey haremos una nueva España»; y fue creído y seguido…

Si opináis que vais a convivir plácidamente con el funcionariado sindical encallecido, disputarle y disminuirle sus privilegios, en el gigantesco combinado sindical, habría que dudarlo sospechando que os alienta un optimismo exorbitante: porque ellos, que no tienen una teoría clara de lo que deben esperar, tienen unos intereses creados y una ciencia de practicones que, por lo menos ayuda mucho a vivir. En vosotros no hay ninguna de las dos cosas y no será alrededor de una mesa de instintivos episódicos que alumbrará nada que guíe al pueblo en sus tinieblas. Todo está teóricamente considerado, el genio humano hace tiempo que llegó a la meta de sus ideas morales para detenerse en la disyuntiva: dictadura o democracia.

Si desde hace años se hubiera entablado un debate sobre lo que lo libertario podría presentar al mundo respecto a finalidades y medios, estudiando los problemas, ofreciendo soluciones a las necesidades del país, ganando simpatías (las que da la solvencia) entre las clases media, funcionarios e intelectuales, hoy se tendría, por lo menos, la confianza de saber lo que se quiere sin que mañana sea «desquerido» y haya que virar de nuevo…

Yo soy el promotor del proyecto, que lo defendí durante años y fui detestado por duros y blandos. Lamento que no hayáis podido beneficiar nada de lo que es elemento humano joven y titulado para afrontar las dificultades y sorpresas del complejo social creciente. El Partido Comunista presume de no haber poseído jamás un tal grado de intelectualización; nosotros hemos retrocedido, llenos de disensiones, de querellas propias de viejos maníacos o excéntricos, empachados de recuerdos deformados y de ilusiones infantiles.

En las Ponencias os liarán por medio de subcomisiones especiales con los expertos para cada caso: funcionarios, técnicos, abogados, etc.; y si no lo hacen es porque son perdidamente tontos, cosa que no les hago el deshonor de creerlo yo así. Eso requiere mucho tiempo, paciencia y malicia, si lo inspira una sólida experiencia, para poder discutir sensatamente y concretar lo especial, lo formal, lo estratégico y lo táctico de un compromiso semejante… armonizando antagonistas. De todos los nombres dados en vuestra lista, cuya mayoría conozco, no hay ni uno (incluyendo francamente el mío) que esté a la altura del momento. Lo más recomendable sería complementar lo propuesto con estímulos más fuertes, dando la impresión que los objetivamente vencidos son ellos y no vosotros; vencidos están y lo estaréis vosotros si exageráis la importancia del aparato sindical y la confianza en la absorción de la Central. Por mi parte continúo defendiendo la idea del Partido Libertario.

Mis mejores saludos y más sinceros deseos de que las cosas y el tiempo os den razón.

Horacio Martínez Prieto.

Publicado en «Polémica», n.º 18, julio 1985.

Horacio Martínez Prieto: el profeta maldito.

Juan BERNAT

Horacio Martínez Prieto, quien fuera secretario del Comité Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1936 murió en 1985. Por este motivo, ese mismo año, «Polémica» publicó un dossier sobre este controvertido personaje de la historia de la CNT. Joan Bernat, Lorenzo Iñigo, Manuel Chiapuso y José Peirats analizan desde diferentes ópticas su actuación y el momento que le tocó vivir. A lo largo de los próximos días iremos publicando en el Blog estos artículos, junto con una carta que se publicó en «Polémica» por primera vez que el propio Horacio envió a la CNT con fecha 8 de septiembre de 1965.

Horacio Martínez Prieto (HMP), ha muerto. El adversario del purismo impasible y sin fisuras, apologista de la duda, razonador heterodoxo; el ex Secretario Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) cuando ésta salió reforzada unitariamente en mayo de 1936, partidario de nuestra intervención gubernamental en el gobierno de guerra de Largo Caballero, y otros cargos que dejaremos para sus biógrafos; el ex ministro del Gobierno Giral en exilio, junto a José E. Leiva; el eterno abanderado de la innovación, rehabilitador del realismo frente a cierta deformación mental de los hechos, ha dejado de existir.

La personalidad de Horacio, su historia, su indeclinable voluntad investigadora, sus exhortos al Movimiento Libertario (ML) para que cambiara de singladura, sus análisis implacables contra la, según él, ejecutoria táctica obsoleta que mantenía este movimiento, le acarrearon galernazos de críticas en unos, aplausos cálidos y estimulantes en otros, los menos. Lo cierto, lo que nadie podrá nunca poner en duda es que este hombre no ha dejado indiferentes a quienes lo han leído o escuchado. Polemista singular, sólido detractor de inercias, de prejuicios, lugares comunes, o pensamientos fosilizados por la rutina o la pereza mental de unos; contra el fanatismo, la impermeabilidad intelectual de otros, nunca pasó desapercibido. De la raza «maldita», de los que dejan estela por doquier, su destino fue la estima o el odio, jamás la indiferencia. La expresión más deslumbradora de un genio, del pensamiento original de un autor, sea filósofo o sociólogo, hombre público o literato, transformador, regeneracionista o moralista, es precisamente ésa: provocar el quehacer crítico, la reflexión, el estudio, la adhesión o el escándalo, jamás el desinterés. Estos hombres de élite no tengamos reparo en utilizar expresión tan repudiada en nuestros lares, nunca hablan para no decir nada, o nada nuevo, o al menos examinar los problemas desde ángulos diferentes, en esa especie de perspectivismo nietzscheano, que tiene la virtud de mantener vivo el pensamiento, el razonar, preservándolos de una anquilosis sectaria, del inmovilismo dogmático.

José E. Leiva, su compañero en el Gobierno Giral, me contaba una vez, en casa de Pedro Campón, que Horacio, cuando tomaba la palabra en Consejo creaba automáticamente esa atmósfera tensa y atenta que envuelve a una reunión cuando el orador es conocido por su originalidad expositiva o retórica, argumental o discursiva.

No sabría decir cómo se me ha ocurrido la palabra maldito que encabeza estas líneas. Aunque, a decir verdad, Horacio fue un profeta maldito. Probablemente pensando, al azar, en los famosos «parnasianos». Acaso en otros ilustres solitarios históricos, desde Copérnico, Galileo o Servet, hasta Van Gogh. El caso es que, guardando las proporciones debidas a esos grandes nombres, fue maldito como ellos. Incluso fisiológicamente no puede decirse que tuviera la redondez oronda y autosatisfecha: seco como una vara, de rostro ascético y «neurobilioso», como gustaba autodefinirse: nos lo recuerda el periodista Vicente Talón en un magnífico artículo inserto en «El Correo Español-El pueblo vasco», del 11-5-85. Por eso precisamente tuvo en el Movimiento Libertario español un puesto aparte, un lugar único donde convergían relevancia y profetismo crítico, desde el cual recibió andanadas de insultos, espuertas de invectivas frenéticas, de apóstrofes violentos. Quiso robar el «fuego sagrado» de la duda, de la incertidumbre. Todavía en los residuales vestigios del Movimiento Libertario español actual si nadie lo remedia, continúa siendo un profeta maldito. Pero lo que nadie puede negar, es su revancha póstuma, triste, pero revancha al fin y al cabo, cuando observamos e infiere para todo aquel que en este país no quiera mecerse en tranquila voluptuosidad, que su profecía se va cumpliendo paso a paso, hora a hora, instante tras instante.

¿Quién si no el profeta maldito pronunció la más implacable recusación contra nuestras faltas, o vicios, o carencias, o desatinos, o traiciones al positivismo, al realismo, al posibilismo? ¿Quién osará decir lo contrario? Quién puso en guardia con más vehemencia y penetración proféticas que el Movimiento Libertario español, en tanto que organización de voluntades redentoras y socialistas, tendría que admitir la irremediable adaptación a los cambios que toda sociedad moderna conlleva, so pena de erosión paulatina, primero, de desintegración, luego, de muerte redonda, al fin? Todo lo que Horacio dijo, repito, se está cumpliendo. Se encarga de demostrarlo la historia, juez supremo cuya sentencia es inapelable.

En la encrucijada

El anarquismo se halla hoy en la encrucijada más decisiva de su historia. O la anarquía, para emplear el distingo que Fernando Savater formula en su ensayo «Para la Anarquía y otros enfrentamientos». Los anarquistas, pues, no el anarquismo, noción esta última abstracta, de todas maneras, si se la separa del hombre, tienen, a su albedrío, dos actitudes a adoptar de forma clara, sin ambigüedades: o se inclinan por un conceptualismo platónico, desencarnado, de eso que Savater califica «el sinpoder», es decir una postura simplemente especulativa donde el sueño, la dulce utopía y el bizantinismo teórico pueden encontrar fácil asiento; o bien se organizan, se agrupan, con arreglo a una cristalización socio-política global y dinámica de sus aspiraciones socialistas, poco o mucho teñidas de milenarismo, concebidas teóricamente desde Godwin, Proudhon y Bakunin, hasta Kropotkin, Reclus y Malatesta. La tesis del «sinpoder» savateriana es marginalista, esteticista, subjetivista, diletante, en cierto modo sensualista, o, apurando mucho, moralizadora; puede llegar hasta el arrobo místico ¿por qué no?, puesto que ejemplos de sectas filosófico-morales no religiosas abundan como las arenas del desierto. Más si otra raza de anarquistas se dispone a cambiar el mundo, a transformar esta sociedad con ánimo artesanal, operativo, racional, creativo, con fuerza y convicción militantes, entonces hemos de ocuparnos de algunas cuestiones fundamentales que el pensamiento de Horacio espigó a lo largo de su vida.

Estoy convencido, más que nunca, de que esto se ventila en la próxima década; es decir, la supervivencia o la muerte de un Movimiento Libertario español. Redigo: de un Movimiento Libertario como fuerza política, herramienta de cambio, estructura socio-política de transformación social, vector de nuevas formas existenciales, nueva jurisprudencia, nuevas relaciones propietarias, nuevas relaciones de clase, nueva ética, nueva educación, nueva economía, nuevo usufructo de la plusvalía, nuevas relaciones familiares, vecinales; nuevas relaciones político-administrativas comarcales, provinciales, regionales; nuevo gubernamentalismo, nuevo parlamentarismo, nueva democracia.

Si los libertarios, y ahora defino como tales, con este nombre y no el de anarquistas, a los que opten por el segundo término de mi alternativa, quieren todo esto, entonces hay que revisar varias ideas recibidas, varios conceptos-cerrojo que necesariamente tendremos que descerrojar:

Un racionalismo ilimitado, casi mítico; creencia supersticiosa en un falso espontaneísmo creador de las masas, del pueblo; excesivo voluntarismo, legado por Malatesta, que, a veces, y todo y reconociendo su virtud, nos conduce a distorsionar lo concreto; fe inflexible en el apoliticismo por considerar lo político como un producto exógeno a la sociedad, encarnación del Mal; fe no menos granítica en el anti-Estado a ultranza estimando al Poder como algo extraño a la sociedad civil, y el Estado como históricamente impuesto por guerreros y conquistadores y no algo que, con la Urbe, el hombre ha tenido que fraguar penosamente; predilección por el aventurismo revolucionario, legado de sociedades pre-industriales y autocráticas; persistencia en aplicar esquemas socialistas novecentistas en el umbral del siglo XXI; tendencias nihilistas; resabios de angelismo rousseauniano en los análisis de comportamiento individual y colectivo.

Si extraemos de este catálogo incompleto los temas Política y Estado, salta a la vista que ambos constituyen dos nociones medulares en el cuerpo crítico neolibertario que tendríamos que examinar los libertarios «operacionales» en contraposición a los «especulativos», cuya adherencia a una preceptiva teórica clásica permanecerá, a mi juicio, inalterable.

Jean William Lapierre, distinguido etnólogo y sociólogo, especialista en etología o ciencia del comportamiento animal, en «Suvivre sans Etat?» Ensayo sobre el poder político y la innovación social (Editions du Seuil, París, 1977) nos afirma lo siguiente, que yo comparto: «…El hombre es el único animal socialmente político porque es el único animal socialmente innovador. Esta capacidad de innovación se halla estrechamente vinculada al modo de comunicación que le es propio. Las sociedades humanas no pueden prescindir de la regulación artificial garantizada por un poder político porque las relaciones sociales se transforman y correrían el peligro de no sobrevivir a dichas transformaciones si éstas no estuvieran reguladas y dirigidas».

Georges Balandier, en su «Antropología política», llega, por caminos puramente humanos-tribales, al mismo resultado que Lapierre. Este último, contestando a Pierre Clastres, autor de «La Sociedad contra el Estado» (excelente estudio cuyas conclusiones quedan desmentidas por la ya desarrollada ciencia relativamente joven que tiene como incontestable y gran representante a Georges Balandier) dice: «Yo sostengo, contra Clastres, que no existe poder enteramente desprovisto de coerción, incluso entre los indios de América» (pág. 77).

Sobre el Estado, Engels, «socialista científico», conocida es su tesis expuesta en «El origen de la familia, la propiedad y el Estado», afirma que, una vez «desaparecidos los antagonismos de clase, el poder público pierde su carácter político cuando toda la producción esté concentrada en manos de individuos asociados». Engels no explica, pese a todo, cómo se organizarán y dirigirán las operaciones de producción sin gobierno de los hombres. Los fallos teóricos del socialismo marxista o libertario son evidentes. Elaborar una doctrina socialista moderna sin tener en cuenta estos fallos, sería condenarnos de nuevo a la esterilidad. Daniel Guérin, en su «Marxismo Libertario», lo señaló ampliamente. Por otra parte, no se puede desposeer al socialismo de sus elementos utópicos. Siempre los habrá, porque la génesis del socialismo es utópica. Más poco es poco, y mucho es mucho. El socialismo significa, ante todo y por encima de todo, un estilo de vida, una concepción de la justicia, de la distribución del poder, de libertad, de moral.

Cohn Bendit, y el posibilismo

¿En qué consistió, pues, el trabajo de Horacio durante casi medio siglo? Pues precisamente en el de formularle al Movimiento Libertario las mismas preguntas arrancadas, no solamente de su considerable cultura libresca, sino de algo más precioso, de una experiencia vivida durante nuestra guerra como atento vigía de todo lo que hizo, o no hizo, o no pudo hacer nuestra trinidad revolucionaria: Confederación Nacional del Trabajo (CNT), Juventudes Libertarias, Federación Anarquista Ibérica (FAI). Exigente consigo mismo y los demás, tuvo fama de político por lo menos tan aquilatada como Ángel Pestaña,. Mas algo sustancial le distinguía del fundador del Partido Sindicalista: nunca se le ocurrió crear contrariamente a las calumnias lanzadas por integristas y, subrepticiamente, por determinados militantes que ellos sí fundaron un llamado Partido Obrero del Trabajo, recordémoslo, el Partido Libertario, porque ese histórico paso hacia la integración libertaria en el cuerpo político del país –con el nombre que se quisiera– correspondía al Movimiento Libertario en su conjunto. ¿Utopía? ¿Propósito irrealista? Tal vez. Pero al menos tengan los calumniadores la honestidad de reconocerle a Horacio el beneficio de esta actitud.

Hasta su muerte, nunca quiso siquiera sugerir otro procedimiento que no fuera el libremente discutido y aceptado por las tres ramas organizativas. Hoy, en el estado decadente en que nos encontramos, quién sabe cómo se llegará y si se llegará a este formidable viraje. Quizá ese remozamiento se produzca contra la voluntad de ideólogos y feligreses. Se perciben síntomas de que algo se mueve. El 26 de mayo, en el primer canal de la Televisión francesa, tuvimos ocasión de escuchar a Cohn Bendit, el mediático-revolucionario, como él mismo se califica con sorna, del 68 estudiantil. Nos dijo que había cambiado, después de veinte años casi.

Y a fe que nos lo demostró. Sereno, cáustico, irónico, vehemente, plácido, insinuante y cortante, toda la gama de su innegable talento oratorio desbordaba la pequeña pantalla. A varias preguntas de la presentadora, habló de cosas importantes: del movimiento ecologista alemán, del movimiento alternativo, creador, según él de espacios interesantes de economía colectiva que ha proporcionado de doscientos a seiscientos mil puestos de trabajo. Al terminar, ante una hábil insinuación de la simpática presentadora, respondió, irónico:

Dentro de veinte años más yo seré diputado en el Parlamento alemán y mi hermano, del francés es sabido que su hermano vive y milita en Francia, y quizá sea yo ministro y mi hermano también.

Por segunda vez le oigo afirmar esta posibilidad ministeriable; la primera, en una entrevista dada al periódico «Le Monde». De todas formas, enhorabuena, camarada.

Posible, posibilidad, posibilismo. El mundo es muy complejo, apuntó de refilón Cohn Bendit. Pues claro. Es lo que no se cansó de repetirnos Horacio. En 1937 ya. recuerdo una explosiva reunión, a la caída de Málaga, Andalucia, (España) a causa del sórdido caso Peña, celebrada en la casa Confederación Nacional del Trabajo (CNT)Federación Anarquista Ibérica (FAI) de Barcelona, Cataluña, (España). Todos los asistentes pudimos escuchar una terrible requisitoria contra nuestro desmadejamiento y constancia obcecada en tácticas que no respondían a las realidades político-sociales del país, pronunciada por Horacio ante un silencio sepulcral. Los grandes temas de su análisis crítico fueron expuestos. Si queda algún asistente vivo (que yo sepa dos: Federica, y Marcos Alcón (En la actualidad ambos ya muertos)) lo recordarán. Allí estábamos: Mariano R. Vázquez, García Oliver, Federica Montseny, Manuel Escorza, Pedro Herrera, Doménech y Joaquín Cortés por el Comité Regional de Cataluña, (España) Aurelio Fernández y el que esto escribe por la Federación Local de Barcelona, Cataluña, (España), Marcos Alcón, Nieves Núñez, entre otros que no puedo recordar.

En 1938, publicó unos artículos en «Timón» que levantaron gran polvareda; en 1945, «El anarquismo en la lucha política»; en 1947, «Marxismo y Socialismo Libertario»; en 1966, «Posibilismo libertario». Antes, otra pieza de escándalo: «Carta a los presos de España», 1948, firmada por 18 militantes entre los que me encuentro. Al morir, deja varios tomos mecanografiados de temas diversos.

Si es cierto que a cada cual le roen el alma sus pequeñas o grandes obsesiones, Horacio no cejó en pelear contra las suyas; éstas se llamaban doctrinarismo, ideas confusas, tópicos, fariseísmo, estereotipias. Desterrándose en su ensimismamiento, lacerado por el enojo y la amargura, los últimos años, casi ciego, solo con su pensamiento tumultuoso, han debido ser una tortura indecible. La de un profeta maldito.

Bibliografía de Horacio Martínez Prieto:

«Facetas de la URSS» (1932)

«Anarcosindicalismo. Cómo haremos la Revolución» (1932)

«El anarquismo español en la lucha política.»

«Gobierno Vasco. Algunos antecedentes para el Libro Blanco de Euskadi-Norte.»

«Semblanza y personalidad de Galo Díez».

«Marxismo y socialismo libertario».

«Los utopistas (Semblanzas de militantes obreros y libertarios)».

«Los vaniloquios (Aceradas criticas sobre el señoritismo)».

Tres tomos de semblanzas de personajes y acontecimientos, entre los que figuran Indalecio Prieto, Negrín, Lerroux, Largo Caballero, etc.

«El Movimiento Libertario español y sus necesidades urgentes» (Folleto que contiene las líneas fundamentales de su propuesta de creación de un Partido Libertario).

«Posibilismo Libertario «(lvry-sur-Seine, 1966)

Publicado en «Polémica», nº 18, julio 1985.